Caminé hacia la puerta llevando en las manos mis últimas pertenencias, la nostalgia me apretaba el cuello, tanto, que me hacía difícil respirar. Giré la cabeza para echar un último vistazo y me detuve un momento, como si mis pies percibieran la inseguridad que se agolpaba en mi cabeza. Atrás de mí quedaban seis años de educación primaria y junto con ellos… mi niñez.
Mientras mis inseguros pasos
me llevaban hacia la reja de salida de mi vieja escuela comencé a sentirme como
el personaje de un cuento de piratas, aquel personaje que caminaba indefenso
por el gran tablón cuyo final lo haría caer al mar inmenso. ¿Qué sería de mí
afuera de estas paredes que por tantos años me habían acogido? La pregunta
taladraba mi cabeza desde hacía varias semanas. No estaba seguro de poder dar
el salto a lo desconocido y, sin embargo, al echar aquel último vistazo dentro
de esas paredes que me habían cuidado en silencio, comprendí también que ya no
guardaban nada para mí, era inútil aferrarse a ellas; saltar al vacío era un
acto necesario para crecer. Pero ¿estaba
yo listo para salir, para saltar, para nadar?
Apenas unas semanas atrás
había vivido con gran emoción junto a mis compañeros la ceremonia de despedida
en la que nos abrazamos sabiendo que nuestros días en la primaria terminarían
pronto; ¿cómo es que pasé de la alegría al temor tan sólo al cruzar aquellas
rejas por última vez? Me pregunté entonces si los cambios producen temor, y pensé
en cómo aquél salto debía tratarse también de un acto de fe; creo que crecer
requiere de mucho valor.
Valor, determinación, coraje…
me pregunto si algo de esto lo aprendí en alguna materia o si formó parte del
material escolar. Un choque de fuerzas me tiene paralizado: mis pies se vuelven
de plomo al intentar avanzar, pero regresar ya no es una opción, ¿de dónde sale,
pues, el valor? ¿Acaso es posible que conviva al mismo tiempo con el
temor?
Al llegar a la orilla del
tablón me detengo a observar el azul profundo del mar, la brisa helada toca mi
cara y su oscuridad me parece imponente. Saltar no será fácil. Respiro tan
hondo como puedo, intentando llenar de aire mis pulmones, dispuesto a correr el
riesgo aunque no sepa si tendré que nadar con peces o con tiburones… estiro la
pierna derecha al frente y finalmente… “Plafffff”… ¡El salto de fe!
He cruzado la reja por última
vez y todo se mira igual, aunque yo me siento diferente; tal vez sea esa
pequeña sensación que se inflama en mi pecho haciéndome sentir un poquito
valiente y un poquito mayor, animándome a avanzar. A mi alrededor caminan un
par de chicos y me regalan una sonrisa nerviosa, sus rostros desconcertados me
hacen pensar que en este mar otros peces nadan con sus propios temores a
cuestas. Sin decir una palabra comenzamos a caminar juntos e increíblemente me siento
mejor a cada paso. Entonces pienso que tal vez… y sólo tal vez… el valor no
viene solamente de un salto heroico y solitario, sino de un tejido hecho de
varios hilos, en donde se entrelazan acompañamiento, fe, movimiento, decisión…
Afortunadamente estoy
creciendo y tengo la impresión de que estos temores se curan con la edad, no
creo que los adultos se sientan alguna vez como si tuvieran que saltar al vacío…
¿o sí?
Texto: Betty Cotero
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Muchas felicidades, me gustó mucho! 👏🏻👏🏻👏🏻
ResponderBorrarTambién los adultos tenemos miedo ante los cambios y son las redes que construimos con la familia las que nos sostienen. Felicidades por el texto del hermoso dibujo.
ResponderBorrarHermoso, Bety!
ResponderBorrarA mi, con mis 76 años cada cambio de etapa, en cualquier situación sigue provocándo inseguridad. Y claro, recurro a la fe.
Hermosa también la ilustración. Felicidades a ambas.
❤️❤️❤️
ResponderBorrarMaravilloso texto!! Felicidades amiga tienes un gran talento
ResponderBorrarTanto el texto como su ilustración, hermosos!!! Gracias por recordarnos esos momentos por los que todos pasamos!!!
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