Cuentan los que cuentan… que hace mucho tiempo ya, en la tierra de los animales, se reunió la primera generación de ancianos a conversar acerca de sus glorias pasadas.
—Yo soy el señor de la mañana
—dijo un gallo colosal— si no fuera por mí y mi canto no veríamos los rayos del
sol aparecer a tiempo.
—Pues yo soy el rey de la
selva —dijo el león— mi trabajo es mantener el orden entre los animales, a mí
acuden cuando hay una dificultad que conciliar y así ha sido por generaciones.
—Las abejas somos las reinas
polinizadoras, sin nosotras no habría alimentos ni biodiversidad en la Tierra. Al
ser yo la abeja reina, me encargo de cuidar la supervivencia de mi especie y, con
ello, la de todas las demás.
De esta manera conversaron los
animales, hasta que, habiendo saciado su ego y habiéndose jactado de sus
mejores cualidades delante de los demás, reflexionaron acerca del legado que
dejarían a las nuevas generaciones. Fue entonces cuando se percataron de que
nunca habían contemplado siquiera la posibilidad de que cuando ellos no
estuvieran hubiera alguien que continuara con las tareas que les habían sido
asignadas según su especie.
—He aquí que nuestros días
finales se acercan y es necesario que surjan otros que continúen con el trabajo
—dijo el gallo.
—Ciertamente todos nosotros hemos
recibido dones y trabajos especiales, pero de nada servirán si no hay quien
pueda continuarlos en el futuro. Ahora somos muy viejos, ya no disponemos de
las fuerzas, ni de la paciencia para preparar a los que nos han de suceder —respondió
pausadamente el león, a quien se le notaba cada vez más desmejorado.
—¿Quién continuará con el legado?
—dijo un viejo colibrí.
—¿Y quién hablará a su mente y
a su corazón para hacerles entender la importancia de cada labor? — replicó la
abeja con preocupación.
— Hagamos una convocatoria
entre los animales para encontrar entre ellos el que sea idóneo para esta
difícil tarea —Intervino nuevamente el león con determinación.
Así lo hicieron, y he aquí que
vinieron animales de todas partes trayendo sus mejores propuestas.
El primero en presentarse fue
el búho. En cuanto lo vieron llegar, los ancianos pensaron que él sería el
indicado, pues su fama de sabiduría le precedía. Efectivamente, el búho explicó
magistralmente la importancia de cada actividad, pues conocía a la perfección
cada oficio debido a que su visión desde la rama en la que se posaba cada día,
le permitía darse cuenta de la forma correcta en que cada trabajo se llevaba a
cabo. El problema fue que, al tratar de explicar, el búho hablaba y hablaba sin
parar y terminó por aburrir a la audiencia que se quedó dormida en seguida.
Después apareció una hilera de
hormigas que avanzaban con paso marcial dando una demostración de trabajo en
equipo, orden y organización; desde su punto de vista, todo podía aprenderse
mediante el trabajo duro, organizado y repetitivo. Lo malo fue que cuando
alguien intentaba preguntar algo o hacer alguna sugerencia, ellas no aceptaban
salirse de lo que ya estaba previsto.
En seguida apareció un perro
lanudo que perseguía alegremente una pelota, al ver a los asistentes saludó a
cada uno con un lengüetazo en la mano, luego comenzó a lanzar la pelota a cada
uno moviendo la cola de un lado a otro. Cada vez que alguien le regresaba la
pelota se mostraba muy satisfecho y corría a lamerle la mano en un gesto de
aprobación y volvía a lanzar la pelota. A todos les bastó una mirada para saber
que el perro no podía tomarse las cosas en serio, por lo que fue expulsado de
inmediato.
Finalmente llegó un castor
gordo y de andar pausado, no parecía el candidato más atractivo y, sin embargo,
captó la atención de todos cuando colocó una rama delgada en el centro del
salón y comenzó a decir:
—Esta rama por sí sola puede
ser arrastrada por las corrientes de agua, pero un par de troncos entrelazados,
que se entrelazan a su vez con otros dos, harán un eslabón fuerte. Las ramas
inferiores sirven de base y de cimiento para las que se irán colocando arriba. Una
serie de ramas bien apuntaladas construyen diques que transforman el paisaje y
benefician a los que están alrededor, al tiempo que nutre la tierra. Creo que
la tarea que ustedes proponen realizar debe ser algo muy parecido a esto.
—¿Y los diques siempre se
harán de la misma manera? —preguntó con interés el gallo.
—Nunca habrá dos iguales. Cada
uno tiene su forma, su tejido y su tamaño, sus puntos débiles y sus fortalezas.
Es por eso que tan importante es la tarea como el encargado de llevarla a cabo.
Solo un constructor sensitivo es capaz de reconocer en donde debe apuntalar y
en donde construir, cuándo es necesario reforzar y cuándo embellecer, cuándo compartir,
cuándo animar y cuándo empujar con suavidad… Y cuando nuestros jóvenes
aprendices actúen con gozo en beneficio de los demás, estaremos seguros de que
la tarea logró hablar a su corazón.
—Me parece que este castor es
el indicado, creo que todos deberíamos de seguir esta idea a la que llamaremos
enseñar. —Afirmó alegremente el león.
Pues entonces podemos dejar en
las manos de este joven castor la gran tarea de enseñar a los que nos han de
suceder. ¿Qué dices castor, quieres ser el gran enseñador?
—No —respondió el castor. —Yo
no soy el indicado, yo solo descubrí delante de ustedes la forma de hacerlo,
pero esta tarea solo puede ser llevada a cabo por alguien de gran corazón,
alegría y espíritu noble.
Entonces todos vieron entrar
al perro, a quien desde ese día llamaron: Maestro.
(Texto Betty Cotero)
